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Inicio » Artículos » Año lectivo 2007/08 » № 14

ANGUSTIAS DE UN PROFESOR

Ayer una alumna mía me comentó que en su opinión la temporada de exámenes debería ser un período agradable para los profesores, contrariamente a lo que pasa con los estudiantes. Con ello hacía una alusión sutil pero inteligible a que supuestamente sería para nosotros un momento de satisfacción por la posibilidad de dar rienda suelta a nuestro enfado contra ciertos estudiantes malos, retaliando su desobediencia, falta de respeto y desinterés por los estudios.

Debo dejar claro desde el inicio que esta idea no corresponde, ni mucho menos, a la realidad. La principal intención que tienes en un examen es evaluar correctamente los conocimientos del alumno, en un buen balance entre la objetividad y comprensión. Y quienes hayan pensado siquiera una vez en los problemas sicológicos y profesionales que conlleva esta tarea, comprenderán lo difícil que puede ser. Casi coincidiendo con la famosa máxima de que ‘más vale absolver a diez culpables que condenar a un inocente’ te sientes mucho más abrumado ante la necesidad de dar una valoración baja a un chico (-a) bueno y aplicado pero carente de bases necesarias de erudición general o de técnicas didácticas (que son tan importantes, pero que no nos podemos dedicar a enseñarlas durante las clases, que tienen otra finalidad), mucho más, digo, que valorar más altamente quizás de lo debido a otro (-a) que, sin haber trabajado lo suficiente, se salva probablemente gracias a sus mayores capacidades naturales o al conocimiento de una lengua afín, por muy holgazán que él mismo sea. Y luego ahí están las miradas de otros estudiantes que siguen con atención y se fijan en todos tus actos y todos tus tropiezos que darán que hablar seguro si los cometes.

Si tuviera alguna duda me habría bastado ver a dos de mis colegas profesoras que encontré en la cátedra el viernes al anochecer. Lo amargadas que estaban... ¡por no haber podido evitar algunas malas notas en el caso de unos chicos que – francamente lo reconocían – tampoco eran grandes genios en la lengua! El hecho las había deprimido hasta tal punto que pensé que tal vez se preocupasen más por la suerte de esos muchachos que ellos mismos. Reflexionando ante estas situaciones estás a punto de concluir: ¡decididamente, es ingrato el trabajo de un  profesor! Pero si lo dijera, olvidaría que muy afortunadamente no siempre pasa así como acabo de describir. Y que yo mismo aquel día no pude compartir a fondo su angustia por haber valorado junto con mi colega con todas las notas ‘sobresalientes’ los resultados de un grupo. Pues no es ninguna venganza, sino esta feliz colaboración con el estudiante lo que más te satisface como profesor.

Categoría: № 14 | Ha añadido: quepasa (28.05.2008) | Autor: Miguel Mazaev
Visiones: 968 | Ranking: 5.0/1
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