El problema lengua/dialecto, como se sabe, no sólo es muy complicado en lo lingüístico, sino también muy delicado en lo político. Y es político el tema, desde luego, ya que un atributo que distingue una Nación se cree que debe ser una lengua y no un dialecto. Hasta tal punto esto era así que dio origen al famoso aforisma atribuido al lingüista Max Weinreich: una lengua es un dialecto con un ejército. Ahora bien, como los europeos son actualmente muy susceptibles a las exigencias de las minorías, ya no requieren el respaldo de un ejército y están dispuestos a conceder el estatus de lenguas a todas las hablas que pretendan serlo, llegando a casos especiales de lenguas como la valenciana que – según las malas lenguas – no se diferencia de la catalana sino por una sola palabra: el propio nombre de la misma.
El gallego en su historia moderna ha conocido de todo, desde el abandono de los séculos escuros hasta el esplendor de la literatura del Rexurdimento, desde la represión y exilio (es en La Habana que se estrenó el himno gallego y, según algunos datos, se publicó la obra hito: los Cantares gallegos de Rosalía de Castro) hasta una oficialidad sin normas establecidas... finalmente desde la mezcladura con el castellano llegando a ser castrapo hasta purismos más extremistas.
Porque, sí, el gallego es todavía una lengua de la que se sigue debatiendo cómo debe ser – entre las instituciones y autores autonomistas que la defienden como una lengua independiente (y usan soluciones más cercanas al castellano) y los reintegracionistas que la consideran como una variante del portugués ( alegando que o mundo lusófono é a grande vantagem competitiva da nossa língua )... Pero que en fin es una lengua. Y vive.
| 
