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№53 [10]
septiembre – octubre 2019

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PROFESORES Y ESCUELAS

“…el interés general está clamando por una reforma y la América esta llamada por las circunstancias a emprenderla…la América no debe imitar servilmente sino ser original”.

Simón Rodríguez

La profesión docente, por su rol y función, es una profesión propicia para dar continuidad a los procesos de impugnación neoliberal, agudizar sus fisuras y ser parte activa de la organización de la sociedad con potencial de ruptura. Aun así, urge avanzar en el debate: ¿Qué profesor y profesora necesitamos para potenciar la posibilidad / legitimidad de pensar / trans­formar la sociedad? ¿Qué rol cumple la escuela en este proceso?

El profesorado:

intelectuales organizativos / transformativos

La educación, y por lo tanto la pedagogía, vive en una constante contradicción: o es funcional a un proceso de integración de las generaciones más jóvenes a las lógicas del sistema actual, o bien, se transforma en una práctica de libertad, en donde hombres y mujeres se enfrenta crítica y creadoramente con la realidad, y descubren las formas de aportar en la transformación de su propio mundo[1]. Si se opta por la opción de analizar, comprender y practicar la educación como una acción transformativa, el desafío al que nos enfrentamos como profesores y profesoras será el de avanzar en la tarea de ir tomando decisiones relevantes en educación que nos permita pensar y mirar que cosas son necesarias diagnosticar y transformar, estableciendo pasos que configuren un protagonismo sólido y vital de la pedagogía en el campo de la educación y en el de lo político-social[2]. Por ejemplo: la finalidad de la educación, su articulación con la sociedad civil, el perfil del profesorado a formar, el dialogo con las comunidades, el debate de la propiedad de los establecimientos educacionales y la desigualdad de la enseñanza recibida.

Por lo tanto, el “ser profesor” y el rol que se ejerce se sitúa, a consideración, en cuatro niveles complementarios entre sí. Primero, la comprensión de los procesos de enseñanza-aprendizaje como una acción que surge desde la práctica como una praxis pedagógica; es decir: que aun existiendo una autonomía relativa de la teoría en relación a la práctica, esta última tiene un papel determinante que corresponde a la práctica como fundamento, criterio de verdad y fin de la teoría; debido a que, para que exista praxis, la teoría debe tener una disponibilidad a abrirse al mundo de la práctica, ya que la teoría por sí misma no transforma nada real, es decir, no es praxis[3]. Segundo, la elaboración de relaciones complejas entre lo que sucede en las aulas y el ordenamiento político, social, moral y económico de la sociedad en general[4]. Tercero, la necesidad genuina de prefigurar y formular una pedagogía crítica comprometida con el imperativo de potenciar el papel de los y las estudiantes, como también la transformación del orden social en beneficio directo de una democracia más justa, participativa y protagónica. Y cuarto, desvelar y comprender el nexo que existe entre instrucción escolar, relaciones sociales, y las necesidades y competencias que son producto de la historia que los y las estudiantes llevan a la escuela[5].

La escuela: un espacio de disputa democrática

La escuela no es solo un aparato de reproducción, sino, y a la vez, un lugar idóneo para construir hegemonía, sentido común y proyecto de sociedad, como también un espacio propicio para que el profesor como académico-activista crítico de la educación pueda desplegar una praxis transformadora[6]. Del mismo modo, la escuela es un espacio de lucha y posibilidad, y de esfuerzos por transformarla bajo la comprensión de está como un espacios de lucha democrática[7]. A la vez, es más que un simple lugar de reproducción social y cultural; es también un lugar de lucha, de posibilidad y de diálogo; una esfera pública democrática que se teje a partir de redes públicas para generar una institución democrática que dialogue e intercambie opiniones[8]. Por lo cual, la construcción de escuelas democráticas se caracterizan a partir de tres condiciones necesarias:

1) educación basada en máximos y no en mínimos;

2) democratización de las escuelas y aulas; y

3) participación de la comunidad en la gestión de los establecimientos educativos[9].

Además, una escuela democrática permite un doble proceso:

1) progresiva incorporación de habilidades y herramientas para desenvolverse en la actividad pública; y

2) progresivo reconocimiento del derecho a participar de niños, niñas y adolescentes en la vida pública[10].

La escuela, como espacio sociopolítico, cumple el rol de ser una esfera articuladora de la diversidad y también un espacio de apertura al dialogo y encuentro de conocimientos que se va construyendo y re-conociendo como un tejido de aperturas y encuentros en la inclusión, en el desarrollo pleno de los saberes desde la diversidad como órganos de expresión de una realidad que se potencia desde la compleja función de la dignidad del desarrollo humano pleno y colectivo. Desafío que implica desmontar y romper con los viejos esquemas reproductores de desigualdad, de exclusión, de miseria, de violencia y deterioro progresivo del planeta, para permitir que en el parto prolongado de las ideas y la disputa vaya naciendo la opción crítico-humanista de la formación integral con sentido social, político, ético, humano[11].

 

 

[1] Freire, P. (1987). Pedagogia del oprimido. México: Siglo XXI.

[2] Zurita, F. (2010). Fragil como un volantín: los saberes del profesor, estatus social e intelectualidad. Paulo Freire. Revista de Pedagogía Crítica, 83 - 96.

[3] Sánchez, A. (2011). Filosofia da práxis (Segunda Edición ed.). (M. E. Vázquez, Trad.) São Paulo: Expressão Popular.

[4] Mclaren, P. (1990). Teoría Critica y significado de la esperanza. En H. Giroux, Los profesores como intelectuales: Hacia una pedagogia crítica del aprendizaje (págs. 13 - 24). Madrid: Paidós.

[5] Idem.

[6] Apple, M. (2018). ¿Puede la educación cambiar la sociedad? Santiago: LOM.

[7] Mclaren, P. (1990). Teoría Critica y significado de la esperanza. En H. Giroux, Los profesores como intelectuales: Hacia una pedagogia crítica del aprendizaje (págs. 13 - 24). Madrid: Paidós.

[8] Giroux, H. (1990). Los profesores como intelectuales: hacia una pedagogía crítica del aprendizaje. Madrid: Paidós.

[9] Apple, M., & Beane, J. (2017). Escuelas Democraticas: . Barcelona: Morata.

[10] Consejo Nacional de la Infancia. (2017). Estudio de caso de Consejos Consultivos de Niñas, Niños y Adolescentes en Tres Comunas de la Región Metropolitana. Santiago: Gobierno de Chile.

[11] Damiani, L., & Bolívar, O. (2007). Pensamiento pedagogico emancipador latinoamericano: Por una Universidad Popular y Socialista de la Revolución Venezolana. Caracas: Universidad Bolivariana de Venezuela.

Categoría: №53 | Ha añadido: quepasa (03.11.2019) | Autor: Fabián Alexis García Castro
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