En vísperas del Día de la Victoria no puede uno dejar de pensar en categorías de generaciones. Nuestros abuelos que vencieron en la Gran Guerra ¿estarán hechos de otra pasta que nosotros? ¿De qué habríamos sido capaces sus nietos y los jóvenes bisnietos? En una sociedad tradicional la distinción es muy clara: los etnólogos y antropólogos observan en muchos pueblos las llamadas clases de edad. También entre nosotros existen diferencias generacionales, quizá menos nítidas, pero más dramáticas porque cada nueva generación vive una vida distinta en un mundo diferente. Y cuando de meros observadores nos volvemos sujetos de las relaciones lo sentimos aún más en nuestra propia piel. Es entonces que surgen todos los tópicos como: “en nuestros tiempos todo era diverso” o “vosotros, los viejos, sois unos retrógradas y no podéis comprender la vida de hoy” etc. Tópicos, además, muy fáciles de adoptar. Hasta tal punto que para evitar lo peor es bueno acordarse del viejo chiste: – Pepito, – dice el padre, – a tu edad yo era muy estudioso y obediente. – Bueno, papá, – contesta el chiquito, – eso mismo les diré yo a mis hijos. Sin embargo, estas frases tienen su atracción y confieso que también yo a veces recurro a dichas fórmulas, al menos en mis pensamientos: En mi juventud un amigo que quería compartir contigo su afición musical te traía un disco (de vinilo) o una cinta que se escuchaba en cuestión de una hora y se discutía muchos días. Ahora te descargan en tu ordenador el contenido de un DVD de no sé cuántos gigabytes que no te da tiempo ni para oírlo a no ser que andes todo el rato con el lector mp3 en la oreja como un extraño zarcillo. Nos enseñaban a valorar el trabajo bien hecho y hoy vivimos en la era de la chapuza. La modestia ya no adorna al hombre, ahora es un defecto. Lo que cuenta es hacer ver, presumir. Éramos idealistas y profesábamos el todos a una, hoy es el tiempo de un egoísmo desenfrenado. Y por eso, como canta Rafael: El amor no es tanto amor como era en otros tiempos. Una gran libertad, sí. Y una enorme soledad. Seguro que la generación más joven puede devolvernos otros tantos reproches. Y estoy dispuesto a aceptar algunos y discutir otros. Pero ¿habrá contacto? A veces parece que una muralla de incomprensión e insensibilidad para siempre nos separa. Pero tengo una esperanza, porque en ocasiones veo que la muralla no es impenetrable. O no es muralla. Tú crees tener delante a otra gente, perdidamente distinta. Y luego al fin descubres que has conseguido enseñarles algunas de esas cosas buenas de todos los tiempos. Y que a lo mejor consigues tú también aprender algo nuevo con ellos. M. Mazaev es antropólogo, profesor de español y portugués. Se le conoce como a una persona de principios firmes, por lo cual ha accedido a dirigir una columna de nuestro periódico, intitulada “Principios”
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