El verano se ha acabado hace casi dos meses, pero las emociones de las vacaciones siguen viviendo en nuestras almas. ¿Por qué? – me vais a preguntar. Os haré una pregunta simple: "¿Dónde habéis pasado los tres meses veraniegos?” Si hubierais viajado por España, ¡no me preguntaríais estas cosas! Porque cuando estás en el país de García Lorca, de Cervantes, de Picasso y otros genios, no puedes quejarte del tiempo perdido o de algo por el estilo. La cosa se repite. El verano pasado hemos realizado un viaje genial a Barcelona para estudiar en una escuela que se llama International House. Este verano hemos cambiado un poco la ruta y nos hemos encontrado en Valencia, patria de la paella. Y ahora no quiero contaros las cosas sobre la posición geográfica, sobre las curiosidades de la ciudad, que es la tercera ciudad de España después de Madrid y Barcelona según la opinión de los analistas. Pero os cuento sobre las cosas que me alegraron y otras, que me dieron mucha rabia. Pues, salimos de Barcelona el día 8 de agosto, cogimos el tren y 6 horas pasamos allí en el tren escuchando el lenguaje coloquial de los valencianos, tratamos de recordar y memorizar las palabras nuevas, pero nuestra posición en el tren, que no era muy cómodo, nos impidió que hiciéramos algo. Siempre es así: los trenes se dividen en 2 categorías, y eso depende del precio. Si tienes dinero, puedes coger el tren más cómodo: pagas el doble para sentir el confort, para poder ver la tele, para sentarte en tu propio sitio, como si estuvieras en un avión. Pero si eres estudiante, eliges las rutas más largas, el precio barato y la posibilidad de sentarte sólo en el paso entre las sillas, poniendo las piernas por encima de tus maletas. Menos mal, si nadie va a salir de tu vagón. Si eso ocurre, te importunan siempre para que les dejes pasar. Por eso recomiendo olvidar que sois estudiantes y comprar los billetes más caros, pero ir con confort ¡para no llegar a Valencia listos a echar chispas! Acabamos de llegar. ¡Qué ciudad caliente! Bueno, ahora son las 4 de la tarde y no vemos a nadie en las calles principales de la ciudad. ¿Dónde estamos? ¿Dónde está la gente? Las preguntas así nos empezaron a aplastar. Pero la lógica funciona perfectamente, por eso era fácil adivinar la razón de ese silencio de la ciudad casi muerta. Eran las 4 de la tarde. ¡Y hacía muchísimo calor! Bueno, ¡quien va a pasear por las calles para después tener pesadillas! Sería mejor quedarte en casa, ver la tele, leer los blogs en Internet, descansar para poder encontrarte con los amigos esa misma noche. Bueno, ¡son muy ingeniosos los valencianos! Y otra cosa sobre los caminos y rutas. Lo que no hemos entendido y que sigue siendo un secreto hasta ahora, al menos, para mí. Es lo que se refiere al metro de Valencia. Es muy simple comprender la dirección de las líneas del metro, pero ¿por qué construirlo así, que ahora usamos 2 líneas para una misma ruta? Las mismas paradas, pero una está en la línea roja, otra está en la verde. ¡Misterio! También que lo recordéis: si cogéis el metro, no tiréis el billete, porque saliendo tendréis que usarlo otra vez llevándolo al torniquete. Eso pasa porque algunas estaciones son abiertas y entrando no pagas nada, pues, tienes que pagar saliendo. Bueno, paseamos por la ciudad, tomamos el sol en las playas: así pasan los días. Y todos los días son calurosos, la temperatura siempre se mantiene en el nivel de 30 grados. Por eso por mí aconsejo que os sentéis en casa y que esperéis el momento oportuno para salir. Y ese momento llega cuando viene la noche. Lo que honra a Valencia como a una ciudad turística es la abundancia de bares, cafés, restoranes, en general, la copiosidad de los lugares donde se puede quedar con los amigos, tomar algo manteniendo conversaciones íntimas, discutiendo los problemas actuales del barrio, de la ciudad, del país. El rasgo que distingue Valencia de otras ciudades turísticas españolas es la presencia de italianos en el territorio de ciudad. Vas a un bar y en seguida encuentras a alguien de Italia. Barcelona atrae a la gente de países más septentrionales. Valencia, al contrario, es el epicentro de los sureños. A veces parecía que era más fácil encontrar a un italiano que conocer a algún valenciano. Pero, de verdad, al encontrar a los valencianos, empiezas a entender que estás en el sur de España, donde el carácter de la gente se difiere un poco del norteño. Se parece más al carácter de los andaluces, más superficial. Por otro lado, eso tiene sus "pros”. La gente es más abierta, está lista a estar contigo hasta la mañana para despedirse muy fácilmente para siempre la mañana que viene, pero pasar el tiempo juntos, disfrutando de la grandeza y fragilidad de la noche veraniega. Hablando con una mujer valenciana, entendí que los hombres valencianos, puede que como otros varones españoles, son amantes de bares, a donde van casi cada noche al terminar su trabajo y están allí hasta altas horas de la noche. Al volver a casa donde lo espera su mujer, el valenciano tiene sólo un deseo: dormir. Así muchas mujeres sufren de ese comportamiento de sus esposos, porque no tienen casi ninguna oportunidad de estar juntos con sus queridos. Justo por eso las mujeres eligen a hombres de otras naciones, que más piensan en el desarrollo de las relaciones dentro de familia, y no fuera. Pero bueno, el tema del amor lo cerramos por un poco, porque fuimos a Valencia no sólo para visitar los bares y las discotecas de allí y salir con la gente nueva con que hablamos sobre los temas informales. ¡Fuimos para estudiar! Y lo conseguimos. Cada día nos levantábamos a las 7 para estar ya en las clases a las 8. Bueno, hacia el fin de la segunda semana, no nos podía salvar del sueño ni siquiera el café. Dormíamos en todos los lugares: en el metro, teniendo miedo de pasar por delante la estación necesaria, en la playa, saliendo de allí totalmente quemados por el sol, en los sofás de los pisos de nuestros amigos rusos, esperándolos para ir a algún club. Pues, ahora me parece que podré dormir en cualquier lugar y posición. Pero ésas son partes integrantes de cada viaje que pretende ser memorizado por siempre, de cada una de las vacaciones para volver a sentir estas emociones una vez más, para que encontremos la gente que se convierte en nuestra media naranja por toda la vida. Diré en general sobre nuestro grupo ruso, formado de más de 20 personas. Por un lado, cuando vas a otro país para estudiar la lengua, prefieres vivir solo para poder comunicarte con los habitantes de este país. Ésa es la manera correcta. Pero por otro lado, los viajes colectivos te dan gran oportunidad de conocer gente nueva, vivir con ella, entender lo que pasa con ella en otro país, donde tú eres responsable de ti mismo. Cada viernes nuestro grupo se reunía en el piso de Katia, nuestra profesora, para cocinar algo e intercambiar impresiones con otros miembros del grupo. Primero cocinábamos los platos de la cocina española, luego decidimos invitar a los profesores de la escuela y sorprenderlos con la cocina rusa, ¡y lo logramos! Así hemos establecido las relaciones ruso-españolas, guardando una parte del alma fiestera española en nuestros corazones rusos, corazones del norte. Y esa relación va a seguir siempre, porque los viajes que realizas cuando eres joven, te dan las impresiones positivas por toda la vida. Querría añadir una cosa. Que ya tenemos casi una tradición consolidada entre nosotros. Aparte de los encuentros que pasan a menudo, ya desde ahora la gente del grupo y la que no fue con nosotros empieza a preguntar: "Bueno, y ¿a qué ciudad española vamos el verano que viene? ¡¿A Cádiz?!”
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