Cuando empezaba a cuajar la idea de colaborar
en el QP, tuve claro que, en primer lugar, escribiría sobre Shostakovich. Las
razones son bastante singulares, pero creo que están justificadas. Por un lado,
Shostakovich tiene la culpa de que yo escriba un texto para una revista hecha
en Moscú y, por otro lado, podría pasarme horas hablando de la vida y obra del
petersburgués, pero estimo más conveniente dedicarle un solo artículo y no
tocar más esta cuestión. Espero que me disculpen si luego no cumplo con mi palabra.
¿Y por qué Shostakovich? Pues porque yo hace
años estaba escuchando la decimotercera
sinfonía, la "Babi Yar” (era Haitink con la Concertgebouw de Amsterdam), y el
libreto del CD incluía los poemas de Evtushenko en los que se basa esta obra.
Para el que no conozca esta sinfonía, hay que decir que se trata una de las
experiencias sonoras más intensas por las que puede atravesar un aficionado a
la música clásica. Lejos quedan las piruetas de Haydn, la melancolía de Chopin
o, incluso, el pathos arrebatador del último Chaikovski. La sinfonía de
Shostakovich describe con una dolorosa honestidad la situación de aquellos años
sesenta (el tercer movimiento que describe la mujer rusa de entonces, o el
quinto que alude de forma leve a los burócratas), o bien evoca tiempos pasados
(el primer movimiento, que da título a la sinfonía o el segundo y el cuarto,
que da una perspectiva sobre la represión que tenía lugar unas décadas antes).
Probablemente fueron los poemas de Evtushenko,
acompañados de una música tan sincera, los que me hicieron centrar la atención
en los versos transliterados del libreto. El ruso, sin esa máscara gráfica que
para mí era el cirílico, se convirtió en una lengua delirantemente original.
¿Por qué –pensaba yo- hay palabras de una sola consonante como "v”? ¿Y por qué
reconozco gracias a la traducción al inglés que tengo al lado que dicen
"Egipto” pero ahí pone "Egiptu”?
Y ya el resto consiste en circunstancias que
se pusieron de acuerdo entre sí: el verano comenzaba, no tenía nada que hacer y
casualmente la misma semana me topé con una academia donde daban clases de
ruso. En realidad, yo no pensaba que fuera a seguir después de ese verano, pero
lo cierto es que luego pude continuar mis estudios de esta lengua en la
universidad.
Dudo entre considerar la escucha de esta
sinfonía un punto de partida que se queda atrás en el tiempo o bien una especie
de ventana desde la que me sigo asomando para observar Rusia.
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