¿Quién es la figura más importante en la Universidad? ¿El rector? ¿El presidente? ¿El patrocinador? Recuerdo a un colega italiano, profesor Francesco Sini, un verdadero intelectual, aunque considerado algo extravagante por muchos de su entorno. Entre otras sus rarezas figuraban, por ejemplo, la de tomar té y no café como todo el mundo, ir a pie en vez de en coche y ... decir que quien manda en una universidad es el estudiante. ‘A fin de cuentas, trabajamos para vosotros. Si no estuvierais aquí, la existencia de la universidad no tendría sentido.’ Bueno, los profesores seremos también importantes. Como no dejan de recordarnos los colegas medievalistas, la Universidad nació exactamente – y muy en línea con el espíritu de su tiempo – como una corporación (universitas) de los que enseñaban y los que aprendían. Los alumnos y los maestros, la transmisión del saber de éstos a aquéllos son la razón de ser de la institución. Luego a lo largo de siglos fueron apareciendo servidores y dependientes, oficiales y empleados cuya función era auxiliar – como adjetivo y como verbo – ayudar, crear condiciones para la labor principal de la enseñanza. Pero en mi país cada vez más veo a los empleados tomar el poder arrogándose el papel principal ante unos profesores y estudiantes apocados que casi no se atreven a protestar. Pero lo peor es que esa gente deje en absoluto de cumplir sus obligaciones. No bien acaba de empezar el semestre y ya me sobran ejemplos. En una universidad – donde estoy a tiempo parcial y simultaneándolo con otro sitio – en primavera te preguntan qué días puedes trabajar y en otoño puntualmente te ponen clases en otros. Y luego toca a ti ir y pedir cambios en el horario. Para oír tras semanas de espera la respuesta: lo sentimos, pero no es posible. Pero siempre están ahí a la hora de controlarte y te exigen mucha precisión y urgencia en el interminable papeleo de programas, planes, relatorios... A veces no sólo no facilitan, sino directamente te ponen obstáculos en el trabajo. En otra universidad que se enorgullece de enseñar a los alumnos dos lenguas, la segunda no la incluyen en el horario. Es una asignatura virtual: ahí está, y al mismo tiempo como si no estuviese. Y tú quebrándote la cabeza para hacer converger tantos horarios distintos cuantos alumnos tienes, para encontrar una hora libre para todos. Problema tuyo. Ya comprendo mejor a tantos de mis colegas que se desaniman ante esta situación y dejan de hacer algo más que el mínimo obligatorio. Porque por todo lo que quieras hacer más y mejor, debes librar una lucha sin cuartel contra el sistema en un principio creado para apoyar la actividad didáctica. Lo malo es que quienes sufren las consecuencias son esos que son la razón de ser de todo: los estudiantes. ¿Por qué hablo tanto de mis pequeños problemas tan específicos? Por tener la sensación de no ser el único; aunque en otra forma, se encara con problemas semejantes todo el que tenga una iniciativa en pro de la sociedad o simplemente quiere hacer bien su trabajo y que se ve parasitado por los que no quieren ni saben hacer nada, pero viven bien a nuestra cuesta. Los que son incapaces de enseñar dirigen la enseñanza, los que deben luchar contra la droga persiguen a los que luchan contra ella, un empresario venido a compartir su experiencia con estudiantes de economía y gestión se lamenta: ninguno piensa ser empresario, quieren trabajar en la administración estatal, órganos fiscales, aduana, en fin, prefieren ordeñar a ser ordeñados. Francamente soy poco optimista en relación al futuro inminente de mi país.
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