En los tiempos de la escuela, no había un día mas ludico y cultural que un viernes, eran los días en que los pájaros cantaban con mas ganas, pasaban las mejores caricaturas, las niñas se ponían las falditas mas cortas y salían a la calle perfumadas a contarse los ultimes chismes, y por supuesto sacaban las mesas de fritos a las calle, a saciar el apetito de los peregrinos, con las recetas importadas del palacio del colesterol. Los pelaos del barrio desde el jueves planeábamos las aventuras del fin de semana, que de hecho, se comenzaban a concretar el mismo viernes por la tarde, por ejemplo en que patios nos íbamos a meter a robar mangos y guayabas, la estrategia del partido del domingo, y la venganza contra Pepito por gleba y sapo.
Pero ese ultimo día de escuela era un verdadero martirio para las profesoras, ya que además de la resignación de la profesión, no tenían el mas mínimo interés de arrojar al vació sus lecciones a nosotros, los mocosos sin destino y sin timón. Las clases por supuesto, comenzaban religiosamente con un Padre Nuestro, un Ave Maria, y un Jesusito de mi vida en el patio de la escuela a las siete de la mañana, luego de una revisión minuciosa de los uniformes y peinados (al estilo Nixon). Eran los tiempos en que todos éramos puntuales, nuestras madres se levantaban temprano, y llegábamos bien desayunados a las jornadas escolares.
Pero solo un poco después del comienzo de las clases, las mismas eran interrumpidas a las diez exactamente, cuando se encendía por primera vez en la semana el Pico Cósmico, el cual pocos habían visto, pero todos nos imaginábamos su desproporcionado y exagerado tamaño, ya que el mismo emitía con una potencia (la cual solo éramos capaces de comparar como la suma de una tormenta eléctrica, una explosión del sol y el choque de muchos buses en la vía Puerto Colombia), los éxitos traídos directamente de Johannesburgo, Nigeria y Camerún. Esa misma terapia que llego para quedarse en los 70s, que le hizo fuerte competencia a la Salsa, y que a todos si distinción nos levantaba el animo y el ritmo, música que hacía imposible el desarrollo normal de las clases, ya que el Pico Cósmico se encontraba justamente del otro lado de la calle, al frente de la escuela, en uno de esos antros con nombres vulgares y entradas gratis para señoritas, ya que sus pases de entrada según los letreros en cal, eran solo una sonrisa. Pero igual, a nosotros quizás por razones genéticas, nos importaba poco el estudio, y la razón de ser de la escuela solo se nos limitaba a la gaseosa con pan, y el partido de fútbol durante el recreo, eso ameritaba todas las tareas, los jalones de orejas y el levantarse temprano.
Recuerdo en ese entonces como me divertía con mis profesoras, en efecto sin que ellas lo supieran (y nadie mas de hecho); pues con la música champeta de fondo y a todo timbal, hacia el juego del Fonograma, el de mover sus labios al sonido de la música, y cambiar sus cristianas palabras por los dialectos africanos de los éxitos de todos los tiempos de la Mama África.
Que tiempos, que por cierto nunca volverán, y marcaron fuerte nuestro carácter, y el de la generación anterior sobre todo, y se metieron en nosotros como la tierra en nuestras uñas.
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