Me han robado un título de mi columna. Sí, al conocer el caso sonado – y quizá ya un poco oscurecido por otras noticias recientes – del matemático petersburgués que renuncia al premio de un millón de dólares (que le correspondía por haber resuelto uno de los ‘problemas del milenio’) explicando que ‘tiene todo lo que le hace falta’, en seguida me pasó por la cabeza esa frase que se ve arriba. Las cucarachas vienen naturalmente de las declaraciones de una vecina que aclaró sin pelos en la lengua que el sabio vive en completa miseria y escandalosa suciedad e infesta de insectos todo el edificio. Nada que decir, siempre hay puntos de vista: para algunos eres un genio, para otros, un vecino incómodo. Y ese título pues, del que quedaba tan contento, lo veo al cabo de dos días en la columna de Andrés Arjánguelski. ¡Imagínense la decepción! Pero al final he decidido no renunciar a mi invención – ni al tema – por varias razones: por haberlo excogitado yo primero, por ser en español y sobre todo porque lo planteo de modo muy diferente del de mi colega. Para el, por lo visto, se trata de uno de los pocos, quizá el último genio modesto de nuestros tiempos, alguien que conoce la existencia de valores más importantes que los puramente materiales y no trabaja por ganar una pasta sino por amor a la ciencia ( ¡Ojalá sean todos así! – se lee, por ejemplo, entre líneas de un comentario sobre unos jóvenes científicos invitados a trabajar en Skólkovo los cuales – ¡qué materialistas! – se han interesado por las condiciones de salarios y vivienda). En cambio a mí mis meditaciones me han llevado más allá de este lado positivo. Me han llevado a pensar si no será esto una forma más de escapismo. Sí, estamos habituados a pensar que el escapismo, el deseo de eludir la desagradable realidad, tiene que ver con alcohol, drogas, juegos de rol o de ordenador... Pero si uno se esconde de los problemas del día a día que lo acosan, – en su trabajo, tan familiar y tan interesante ¿no será en el fondo lo mismo? Nuestro matemático (cuyos méritos no pretendo en absoluto menoscabar) con algunas declaraciones ha dado a entender su profunda desilusión por el ambiente académico; podríamos fácilmente añadir que fuera de éste no son menos las causas para sentirse amargados. Yo mismo muchas veces me doy cuenta que no quiero pensar en los vecinos de arriba (otra vez los vecinos, ¡qué fatalidad!) que me vuelven a hacer gotear el techo, sino en los más complicados asuntos de historia o en los enigmas de la lingüística. Pero si todos nos ponemos a evadir la vida que no nos gusta, ¿creemos que ésta va a cambiar algún día?
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