Como
concluyendo cierto ciclo, vuelvo a mi primer tema que abordé en el lejano año
2006: el del contacto/conflicto de generaciones. Pero, igual que antes, lo que
más me preocupa es precisamente que no haya contacto. Ahora con más
distancia y teniendo alumnos que por su edad bien podrían ser mis hijos veo a
la generación joven muy diferente y difícil de comprender.
Son más
estudiosos pero aprenden menos; a veces tienen una visión formal de lo que se
les enseña, una visión pragmática en el peor sentido de la palabra, o sea, que
hay que aprender a decir ciertas cosas con vistas a ser promovidos, pero no
significa que lo crean o que se atengan a ello en su propia vida.
Y el año que
acaba he tenido algunos ejemplos.
En mi curso
de antropología – si tuviera que dar su quinta esencia – trato de mostrarles a
mis alumnos lo mucho que varían las instituciones sociales ya sea en función
del espacio como del tiempo, que apenas si un fenómeno cultural puede ser igual
en dos culturas distintas.
Pues he aquí
uno de los mejores estudiantes en el curso que, para defender la posición a
favor de un servicio militar por contrato (que como idea a mí me parece
discutible, pero que de por sí tiene derecho a existir), declara sin más que la
de militar siempre ha sido una profesión como otra cualquiera, por lo tanto
debe ser hecha (a la par de las de fontanero o basurero) por el personal
voluntario y adecuadamente remunerado. ¡Y lo dice un antropólogo!
Cuando le
recuerdo que simplemente nunca fue profesión en la mayor parte de las
sociedades, me contesta ‘pues lo que usted dice es historia’ con clara alusión
a que tiene poco que ver con la vida actual.
Recuerdo que
esos mismos muchachos en unos principios se mostraron muy involucrados hasta el
punto de organizar por su cuenta un seminario sobre la ética en la
antropología. Pues a eso vamos ahora: a la ética.
Estamos
haciendo un estudio de campo; es resabido cuanto estos trabajos entre los
otros nos ayudan a comprender a nosotros mismos. Pues esta vez también fue
así, hasta el extremo de nacer un conflicto sordo en el seno de nuestra propia
expedición. La mayor iniciadora de todo eso fue precisamente la chica con la
más brillante intervención hecha en aquel seminario. No voy a enumerar todos
los motivos de la tensión, sólo diré lo que a mí me puso en guardia.
Nuestro
interés en este proyecto es saber cómo los cambios sociales de las últimas
décadas han afectado a los jóvenes de nuestro país. Como es uso en la ciencia,
nuestras herramientas las probamos antes en nosotros mismos.
Y de repente
resulta que la joven no sólo no reconoce que esos cambios hayan beneficiado a
unos perjudicando a otros, sino que niega en general que existan
desafortunados, y si alguien se queja de la vida son excusas o justificaciones
baratas que le proporcionan confort sicológico. Unos consiguen éxito en la
vida, otros compensan su incapacidad echando la culpa a los demás y a las
circunstancias. ¡Y esta es la ética de una antropóloga! Una joven moscovita,
sana, de una familia abastada y culta, que ha tenido su buen colegio y su
profesor de violín... A mí el canibalismo me parece más humano.
Me preguntarán por qué no me esfuerzo más en explicárselo a estos
jóvenes, a concienciarlos, pero es que no veo que tengamos la necesaria
autoridad moral. Nos ven como una fuente de conocimientos, pero no como
maestros. A mí en mis maestros me interesaba más la postura y esta es la gran
diferencia que no sé cómo saldar.
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