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EL KREMLIN
"Todos dicen el Kremlin, el Kremlin pero es que yo nunca lo llegué a ver”. Así empieza uno de las últimas grandes obras que apenas acaban de entrar en el canon literario de Rusia. Hablamos de "De Moscú a Petushkí” de Venedikt Yeroféyev. Esta obra, de la que nos consta una traducción al inglés un tanto desigual y una traducción al español imposible de encontrar, es significativa para aquellos años en los que el sistema comunista daba sus últimos coletazos.  Al principio, esta frase no se entiende muy bien. Como mucho, se puede deducir una broma… ¿cómo que no va a verse el Kremlin, con lo grande que es? Ahora bien, si uno se da un paseo por Moscú y se acerca al Kremlin, no podrá dejar de contemplarlo. Aunque cruce de calle, alguna de las torres rojas seguirá observándole como si esta fuera un centinela. Y si uno se pierde, tampoco dejará de ver el Kremlin. "Vaya”, podría pensar el turista, "por aquí no era, sigo viendo la torre con el reloj desde aquí”. Cuando uno se acerca al Kremlin y luego se aleja de él, empieza a comprender la importancia que tenía dicho asentamiento (tradicionalmente, situado en el punto más alto de toda la zona). Y cuando se lee el poema de Yeroféyev, se comprende hasta el final la broma macabra sobre el Kremlin.
Categoría: №34 | Ha añadido: quepasa (17.08.2013) | Autor: Carlos Porras
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