En una facultad, histórica y con tradiciones, de una
prestigiosa (todavía) universidad de Moscú es posible no asistir a clases un
año entero, no saber cuántas son cinco, no venir al examen por tres veces
seguidas... y ¡pasar de curso! ¿Cómo es eso? Pues porque simplemente no se
expulsa a un estudiante. No sé, a lo mejor si uno le faltara respeto al decano
sería puesto en la calle acto seguido (en plan aquel chiste de los dos
soldados: "– ¿Vamos a gastarle una al alférez? – ¡Vete al diablo, ya le
gastamos otra al decano!”), pero aún no llegamos a tanto: hasta los peores
estudiantes bien saben quién es su padre y protector. Sí, las autoridades
académicas son muy receptivas y bondadosas con los alumnos. Basta quejarse de
la inobjetividad de la profesora, alegando que ‘te mira con ironía’ y le echan
una bronca a la profesora (no importa que la ironía es la reacción mínima y más
inofensiva que vuestra ignorancia y cortedad pueden provocar). Basta venir con
cara arrepentida explicando que se te murió la tía y por eso has faltado
durante dos semestres – y se apiadarán de ti. Y no importa que el pobre
chico al salir del despacho hará para su capote el comentario de Don Juan
Tenorio: "¡Qué largo me lo fiais!”
No quiero parecer un monstruo que insiste en
expulsar a los pobres diablos cuyo único defecto es un poco de pereza. No,
porque no se trata de eso, sino de la insolencia que reina. Gracias a la excesiva condescendencia (¿o connivencia?), a
la demasiada bondad (¿o permisividad?), a la supertolerancia (¿o indiferencia?)
hacia todo (menos lo que concierne la plata, claro) vivimos el actual
relajamiento de costumbres, la desvaloración de todos los valores, en fin, la ley
del más atrevido.
Pero
estos señores que pretenden ser buenos ante los consumidores de nuestros
servicios, que te insinúan (o te ordenan) que apruebes a Fulano porque
es un buen chico o a Zutano porque es de los intocables ¿no se
dan cuenta de estar alentando la dejadez y el descaro que algún día les saldrá
rana? ¿No sabrán que, por ejemplo, en tantas universidades fuera y (¡atención!)
dentro de Rusia a un alumno que paga no se le ocurre que ya por eso no tenga
que estudiar? ¿No comprenden acaso que mientras los estudiantes Tenorio se
burlan de las reglas y las exigencias de los profesores –
y de los profesores mismos – se
viene abajo la reputación del centro que presiden? ¿No entienden que así,
destrozando el prestigio de la universidad (ganado por generaciones anteriores
y del que ellos mismos ahora viven y se reparten los dividendos)
están cavando su propia fosa? ¿O quizá lo comprendan, pero creen que no será
suya, que tocará a sus sucesores? Y entonces, ¿después de nosotros, el diluvio?
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