Normalmente me colma de gusto y al mismo tiempo me causa un poco de sorpresa ver las reacciones que llegan de los lectores a lo que publico en esta columna. Por el mismo hecho que haya reacciones, que alguien lea y reflexione sobre lo que planteo. Y en tal sentido me alegró sobremanera la reflexión de Carlos Porras sobre filólogos y lingüistas y que mis modestas ideas le hubieran servido de punto de partida. Punto de partida sí, porque Carlos fue más allá de mi planteamiento: ¿profesionalismo o dogmatismo disfrazado? Dentro de su óptica yo podría formular así mi pregunta: ¿es que se me permitirá ser considerado filólogo si no tengo el respectivo diploma, pero soy amigo de la palabra, amante y cultor de letras, o sea lo que inicialmente el término significó?
Pero no es para hablar sobre mi persona que tomo la palabra en este momento particular, sino de todos los colegas del ¿QP?. De los que hace tres años creyeron en un proyecto que aún estaba en el aire y crearon el periódico, su nombre y su prestigio, y a los que ahora por desgracia veo cada vez menos. De los que se han juntado después y que han ayudado a transformar nuestra publicación quizá en algo diferente de como me lo había imaginado yo en algunos aspectos, pero seguramente mucho más a nivel de lo que debe ser una seria publicación universitaria. Hoy ya no podríamos decir – como afirmábamos antes – que ninguno de nosotros es periodista profesional. Sí tenemos periodistas profesionales, pero son tan aficionados como los demás y éstos normalmente tratan de trabajar de manera tan profesional como aquéllos. Pero en estos momentos que celebramos el aniversario no quiero que se me escape mencionar el tercer sector de la comunidad ¿QP? Son los que aún no han escrito nada pero un día vendrán, los que habrán participado esporádicamente, pero llegarán a formar parte del núcleo de la redacción, conforme al eslogan: ayer lector, hoy autor, mañana redactor. Es que a nuestros lectores no se les puede aplicar el dicho de Carlos, es decir que sean unos lingüistas que sólo conocen la gramática del idioma, sin interesarse por la cultura o la historia. Muy al contrario, son aficionados y – queriéndolo y practicando – no cabe duda que acabarán convirtiéndose en profesionales.
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