(a guisa de brindis)
Normalmente me colma de gusto y al mismo tiempo me causa un poco de sorpresa ver las reacciones que llegan de los lectores a lo que publico en esta columna. Por el mismo hecho que haya reacciones, que alguien lea y reflexione sobre lo que planteo. Y en tal sentido me alegró sobremanera la reflexión de Carlos Porras sobre filólogos y lingüistas y que mis modestas ideas le hubieran servido de punto de partida. Punto de partida sí, porque Carlos fue más allá de mi planteamiento: ¿profesionalismo o dogmatismo disfrazado? Dentro de su óptica yo podría formular así mi pregunta: ¿es que se me permitirá ser considerado filólogo si no tengo el respectivo diploma, pero soy amigo de la palabra, amante y cultor de letras, o sea lo que inicialmente el término significó? |