Vivimos en el siglo de ciudades. Hoy en día son numerosas y grandes. Están situadas en varias partes del mundo, sus habitantes hablan idiomas diferentes, tienen vario corte de ojos y color del pelo. Pero estoy segura de que, a excepción de algunos pormenores, la vida cotidiana de las grandes ciudades modernas no se distingue mucho.
Cada día, 180 000 personas de todas las partes del mundo dejan la zona rural para vivir en la urbana. En el año 2007 por la primera vez en historia mundial más de la mitad de la población de la tierra vive en zonas urbanas. En las periferias y suburbios, quiere decir. Las ciudades crecen con una rapidez increíble, y su populación deviene más numerosa cada día. En realidad, hay más gente de la que puede caber en una ciudad. Por eso cada mañana y cada tarde los habitantes de cada gran ciudad se encuentran frente al problema de la hora punta. Si miras alrededor de ti en el metro a esa hora, no verás más que muchedumbre de miles de personas. Y no es fácil abrirse paso entre la multitud si tienes que salir del vagón. Por lo menos, muchos se ven obligados a hacer algunos vanos intentos antes de tener éxito en subir o bajar. No es mejor en las carreteras – cada mañana y cada tarde las ciudades se paran por un par de horas a causa de embotellamientos.
De hecho, en el siglo XXI la vida pasa a la rapidez de luz. Se pretende controlar los elementos de la naturaleza y aún más – hace unos cuarenta años se inició la conquista del espacio cósmico. Parece que en el último centenario el desarrollo de la vida ha hecho un gran paso adelante – de hecho, el paso más grande y más rápido en la historia terrestre. Sólo hace un siglo y medio, no había aviones y el viaje de América a Europa llevaba unas semanas. Ahora se toma el avión – y el viaje dura 8 horas. Con la invención de los medios de transporte de alta velocidad las fronteras de los países se derrubian, nada parece lejano. Todos los mecanismos que hemos creado son ruidosos. Y el ruido se ha hecho parte integrante de la vida de hoy. Si te encuentras en el centro de una gran ciudad hay que gritar para que tu interlocutor te oiga. Hablar en alta voz se hizo una costumbre de la gente de hoy. Fui muy sorprendida cuando mi abuela me dijo que su generación hablaba en voz mucho más baja.
La invención de aviones y trenos rápidos no es la única cosa que borra las fronteras. Hoy, con la ayuda del Internet, podemos recibir toda información que queramos. Yo, por ejemplo, escucho cada día la radiotransmisión “África hoy”. ¿Por qué lo hago? Porque escuchándola tengo la sensación de estar un poco por allá. Cierto, “África hoy” no es la sola emisión que hace a una persona creer que se encuentra en otro país. Se puede escuchar audioitinerarios de varios lugares, llegar a saber noticias de todos los países de la tierra, leer diarios de la gente de todas las partes del mundo. Con el Internet se puede estar dondequiera. Se puede aprender idiomas, comunicar con amigos, encontrar trabajo y mucho más. El Internet impone la impresión de que no hay ninguna frontera. Todo parece muy cercano.
La mayoría de los países europeos de hoy son multiculturales. Hace unos quince años era algo raro oír conversación en una lengua extranjera en el metro moscovita. Ahora es habitual. Algunos vienen a trabajar en esferas de negocios y intelectuales, muchísimos vienen a viajar o estudiar. Y el gran problema de las ciudades europeas es la inmigración del Oriente. Lo que pasa es que los habitantes de los países tercermundistas vienen a países desarrollados a trabajar de dependientes, camareras y barrenderos. Atraviesan fronteras y viven sin hacerse registrar – es decir, clandestinamente. Son muchos y a veces forman barrios enteros – barrios bajos, claro. Eso alarma a los indígenas – no quieren que sus puestos de trabajo sean ocupados por extranjeros, no quieren que sus niños fueran a escuela con los niños de otras religiones y otras lenguas. Por eso el problema de discordia internacional es una de las más grandes desgracias de hoy.
Así, vivimos en un siglo XXI, somos testigos del desarrollo científico, cultural y técnico muy rápidos. Es posible decir que no conocemos fronteras y tenemos oportunidades grandes – solo no hay que perderlas.
Ana Lukáshkina es estudiante del tercer curso de la facultad de historia. Investiga temas de historia moderna de Inglaterra, domina francés, castellano y varias lenguas más, adora la música irlandesa y es viajera incansable.
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