“...I love the feeling of being slightly lost
To find new spaces, new routes, new areas…”
Hace poco que en una revista que siempre encuentro en mi café preferido, donde vengo para tomar una taza de chocolate caliente, la única bebida capaz de explicarme lo mucho que la vida es bonita, leí un pequeño artículo donde se trataba de un nuevo concepto de turismo. Seguramente, ya habrían descubierto semejante manera de viajar, por lo menos yo sí. La autora del artículo bautizó su idea “ERDC”: Efecto del Repentino Descubrimiento Cultural. Es cuando se deja llevar por rutas poco conocidas por turistas, aunque el país e incluso el propio lugar donde se encuentra sean muy famosos, y de repente se tropieza con un descubrimiento que le pega en la memoria y se convierte en una auténtica revelación, una de las impresiones más fuertes de todo el viaje. Para ella lo fue el descubrimiento de la ciudad de Ravenna en Italia.
Yo, por mi parte, me di cuenta de este fenómeno durante mis exploraciones de Galicia en el verano de 2006. Las exploraciones, escapadas y excursiones eran muchas pero lo que más destaca es un fin de semana en Fisterra, lo que los romanos denominaron Finis Terrae (final de la tierra). Se creía que allí terminaba la tierra, y con razón: un poco más arriba de Fisterra el Océano Atlántico se encuentra con el mar Cantábrico y más allá está sólo la inmensidad del agua.
No es por nada que los españoles (¡perdón, los gallegos! ¡es un error muy grave en esta tierra!) lo consideren un lugar “mágico, mítico e iconográfico”. Aparte de su curiosa posición geográfica, Fisterra es también un lugar simbólico: allí está el verdadero final del Camino de Santiago. El cabo donde se encuentra Fisterra es el punto final de la ruta que se prolonga desde Santiago, unos 100 kilómetros. Según la leyenda, tras llegar a Santiago los peregrinos iban hasta Fisterra y luego volvían a Santiago dónde subían los tejados de la catedral y quemaban allí su ropa de peregrino como símbolo de purificación completa, física y espiritual. Yo no fui peregrina (esta vez) y tampoco quemé mi ropa pero sí que los pocos días, que pasé contemplando el infinito azul del mar en la costa de Fisterra, estaban latiendo en mi alma con el ritmo apenas perceptible del mar y sembraron una tranquilidad tan fuerte que no dejo de echarla de menos.
Fisterra se encuentra el la parte de la costa de Galicia denominada “Rías Altas”. Las Rías son numerosos golfos que se adentellan en la costa occidental de Galicia como dientes que muerden el rico, mojado y carnoso verde de las tierras gallegas, y que se estiran del Norte (Muxia) al Sur hasta Vigo, la ciudad más grande de la provincia suroeste de Galicia, y las milagrosas Islas Cíes. Los competidores de las Rías Altas son las Rías Baixas (Bajas) que son felices propietarias de buenísimas viñas donde se producen los más famosos vinos blancos de Galicia, como por ejemplo Albariño que conocí en Santiago y que luego era mi pensativo compañero en las largas tardes de la costa de Fisterra mientras el otro compañero estaba, como siempre, retrasando buscando tabaco.
Entonces, la singularidad natural de la costa en los alrededores de Fisterra – acantilado con numerosos golfos y cabos – fue lo que provocaba numerosos naufragios en los siglos 16-19 y generó nombres toponímicos como Cementerio de los Ingleses (Cabo Vilán dónde el 10.11.1890 tuvo lugar un terrible naufragio del barco Serpent) y Costa da Morte (Costa de la Muerte) que se prolonga a lo largo de la costa hasta Noia, uno de los lugares más deliciosos donde empiezan las Rías Baixas.
El naufragio del Serpent sucedió parcialmente por culpa del viejo faro que no generaba bastante luz para que los marineros pudieran evitar la tragedia. El suceso impulsó y aceleró la construcción del nuevo faro que fue el primero de España (¡!) en funcionar con luz eléctrica sustituyendo al aceite mineral – el petróleo. Fisterra tiene tres faros, uno de los cuales – A Sirena - es un edificio de piedra con forma rectangular y una achatada torre que a través de 2 bocinas metálicas lanza al mar su mugido (el sonido recuerda mucho al de una vaca) que es audible desde a 25 millas (46 km) mar adentro. Su hermano, El Semáforo, se hizo con el tiempo un establecimiento hotelero gracias al arquitecto César Portela.
Para los vagabundos aficionados con pies inquietos es recomendable, al bajar del autobús (trenes no hay) o de sus coches, que hagan una subida al monte de O Facho, donde desde tiempos lejanos se realizaban ritos fecundatorios y donde quedan restos megalíticos. Allí estuvo la ermita de San Guillerme desde cuyos restos se otea la villa de Fisterra. Y es en este momento cuando se puede desconectar por fin el cerebro – no le hará mucha falta durante la estancia en Fisterra – y conectar todos los sentidos que posee porque si no, corre riesgo de recordar este sitio como un cementerio de piedras y cangrejos perdido en los extremos de España.
Pero si todo funciona bien y los sentidos están trabajando, el amanecer le sorprenderá, sentad@ en una colina de piedras bañadas por el mar, con una luz gris que nace, bostezando, detrás del mar dormido. El color es gris, como las piedras de las portadas románicas dispersas por toda Galicia y Fisterra no es una excepción. La luz recién nacida se hace mayor de edad a mediodía, principio de la parte más perezosa del día. No se encierren en las habitaciones, es mejor contemplarlo todo desde los bares y restaurantes, muchos de los cuales están a unos metros de la costa. El que más me gustó (es equipado con 2 bancos muy cómodos para descansar después de las pruebas de natación y una cabina para las necesidades del simple mortal que yo usaba también para cambiarme) está a 10 minutos de camino de la estación del autobús: vaya a la izquierda por la única calle que hay y camine recto, a lo largo de la orilla, hasta una bajada desde la que se otea una casita que es el propio restaurante. Una botella de vino le suspirará los secretos que tardaría más en saber sin su ayuda. Esta parte del día es cuando los pescadores vuelven y traen sus trofeos a la puerta del restaurante para que los empiecen a preparar en la cocina. Es curioso. (Por cierto, aquí, no importa qué estado tenga el tiempo, su salud o su dinero, lo que se garantiza es la hospitalidad y buena comida). Y es entonces cuando el color se hace azul. La mirada se pierde en el azul infinito del mar, se tropieza con la multitud de los barcos de madera que parecen ancianos eternos que no cansan de bañarse en el agua que los mantiene vivos, y el espíritu se impregna de tranquilidad que es la palabra que más se asocia para mí con Galicia. La tarde, poco a poco, se va, el azul se convierte en naranja, el sol insiste menos. Y antes de que caiga la noche, la podemos sorprender nosotros si subimos un poco, o igual si quedamos aquí para ver como lentamente el sol se deja tragar por el mar donde nació hace 12 horas. Es fácil caer en la cuenta de que este lugar realmente tiene algo que ver con la mística... Y cuando la noche empieza su reino, el reino del color negro con manchas rojas de las mejillas y amarillas de las copas, el aire se hace más denso y más jugoso y las luces lo alimentan. Si tiene suerte, a mediados de julio puede asistir a un concierto con bailes y música tradicionales. Su espíritu relajado adquiere más vibraciones. Empieza otra vida...
Nadie sabe por qué el destino eligió a Fisterra para sostener orgullosamente la bandera del Camino de Santiago: será porque se extiende más allá al océano que otros cabos. Tampoco es imposible encontrar lo que describo aquí en los demás pueblos pescadores de la costa. Pero los autobuses salen cada 2 horas de Santiago para Fisterra y tardan solo 2 horas, y si se atreve a caminar, como hizo mi inagotable compañero, tardará unos 3 días para llegar y además verá otros sitios de belleza y importancia comparable, como Negreira, Cee, Corcubión. Y desde entonces él sigue diciendo, no sé si bromea o en serio, que lo que más quiere para un viaje es una escapada a Fisterra. Y la idea no me deja indiferente. Tal vez, quiere oír también él qué me estaba suspirando mi botella de Albariño mientras él estaba ausente corriendo por ahí...
P.S. Una vez tecleé “Finisterre” en el buscador y entre los resultados vi una canción de Saint Etienne con este título. Las letras no podrían ser más justas:
“...I love the feeling of being slightly lost
To find new spaces, new routes, new areas
I love the lack of logic.
I love the feeling of being slightly lost…
(chorus) Finisterre, to tear it down and start again…”
(c) El origen de todas las fotos en este artículo (menos "FISTERRA MAR AZUL" que es la de Maria) es el sitio web http://www.pueblos-espana.org/galicia/la+coruna/fisterra/ .
Maria Kolosánova, licenciada de la facultad de lenguas extranjeras de la Universidad Internacional de Moscú trabaja de traductora (ingles, español, alemán, francés italiano). Ha recorrido casi toda España, ha trabajado en el turismo y se interesa por relaciones internacionales, viajes, Europa, Argentina, asuntos culturales y históricos, peregrinajes...
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