Cuando se habla de la poesía rusa de vanguardia suelen recordarse las obras de los futuristas y otros grupos radicales activos durante el famoso Siglo de Plata o las de autores más o menos contemporáneos (y de éstos suele tenerse sólo la idea que ellos existen). Pero la historia de la cultura de Rusia tiene los períodos que fueron determinados por uno de los críticos como nuestro ayer non común. Esa definición demuestra una contradicción de concepto de la literatura rusa: las figuras marginales a un modo de ver son genios y descubridores a otro, y en el mejor de los casos ‘el punto de intersección’ está en el tiempo de Pushkin. Uno de esos ‘fenómenos’ es el grupo de poetas, prosistas y filósofos de Leningrado, quienes en 1927-1930 se llamaron OBERIU (la sigla no del todo correcta y por eso no traducida de La Unión del Arte Real) y esa denominación se quedó para designar toda su creación también. Los oberiutas (o los chinares) más conocidos son Daniel Jarms (son famosas sus absurditas miniaturas prosaicas) y Nikolay Zabolotski (quien en su obras avanzadas renunció a las ideas de OBERIU).
Pero yo quisiera escribir sobre un personaje menos famoso, el poeta Aleksandr Ivánovich Vvedénskiy. Su vida no fue larga pero trágica: tenía editadas sólo sus libros para niños, fue arrestado varias veces y después del último arresto en 1941 por la acusación absurda murió en el transcurso de remisión al campo de concentración, recibiendo su obra la calificación de ajena a la sociedad soviética. Sin embargo por sus compañeros y partidarios (verbigracia por el filósofo Y. Druskin) y por sus continuadores ha sido llamado uno de los grandes poetas o la cumbre de la literatura rusa del siglo XX. ¿Pero por qué?
Sentir la belleza de las obras de Vvedénskiy no suele ser fácil porque su concepción de la poesía era bastante singular. En primer lugar interpretaba su creación como un intento de revisar el precedente sistema de nociones diciendo que en la práctica, en su poesía se había convencido de la falsedad de las relaciones anteriores. Y continuaba: “Pero yo no puedo decir cuáles han de ser las nuevas... Tengo la sensación general de la inconexión del universo y del fraccionamiento del tiempo”. Por eso en sus obras hay muchos elementos de absurdo o de infantilidad aunque el ambiente de sus poesías sólo muy raras veces es alegre, bastante frecuentemente, es horroroso y casi siempre, increíblemente triste. Hay que retener que sin duda el absurdo o el humorismo no eran los propósitos mayores ni para Vvedénskiy (a pesar de su título en el grupo, autoridad del disparate) ni para otros oberiutas, a excepción de los demasiado numerosos epígonos de Jarms. Dicha tristeza es, para mí, uno de los rasgos principales de su creación, no sin razón su obra conclusiva que fue escrita en el año de su muerte se titula La elegía (La última línea de esa poesía es el nombre de este artículo). El segundo rasgo es el maravilloso sentido de la lengua a pesar de nunca haber sido la cosa más importante para Vvedénskiy. El tercero y el principal es la música de sus versos, no son musicales en el sentido habitual, de asonancias o aliteraciones, su música es más profunda, metafísica, semejante a lo que se dice en su obra (que se puede determinar como un drama pero muy particular) Potets: “Y mientras ellos cantaban se tocaba una música milagrosa, perfecta, sometiendo todo el mundo. Y parecía que para los sentimientos más variados hubiera un lugar en el universo...”
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