A finales
del semestre pasado sostuve una discusión en la red*, bastante violenta, por
cierto, aunque el destino me salvó de ser tratado con insultos mayores como
ocurría a otros (y otras, muy a pesar mío) lo que parece ser el pan de cada día
para ese mi opositor. Mi suerte y desgracia estaba en no haberlo atacado en
persona sino muy indirectamente: apuntando contra cierto dogmatismo que presume
de profesionalismo. Todo
empezó cuando observé que muchos afirman ciertas cosas como verdades absolutas
‘porque así nos lo enseñaron’, porque lo dice el profesor, porque está en ‘el
libro’. Pero ¿si tú mismo eres profesor? ¿Si eres tú quien escribe el libro o
conoces a quienes lo han escrito, como personas normales, inteligentes, pero en
ningún caso infalibles? Pretendí demostrar que en las humanidades no hay leyes
férreas establecidas para siempre como a veces pretende nuestro pensamiento
cientista, sino cada verdad es subjetiva o por lo menos relativa. Que ser
profesional de verdad significa elevarse a una altura en la que comprendes que
puede haber diversos puntos de vista, y también cómo estos nacen, de qué
derivan, quien los sostiene y divulga. Yo que soy
profesor y escribo libros no quiero que me crean de palabra. Bueno, sí, hasta
cierto punto :-) Es una cuestión muy delicada la de la autoridad intelectual,
tampoco es el caso de caer en un nihilismo juvenil. Antes por el contrario uno
debe siempre tener alerta su intuición intelectual, respetando la autoridad de
los maestros cuando nace de la larga experiencia y de un nutrido saber, pero
sin tener miedo a desafiarla cuando su juicio se basa en preconceptos. Si no
sabes transponer los límites de la doctrina de tus maestros, nunca vas a
superarlos, nunca irás más allá de ellos. Mi
opositor no se sentía a gusto por demasiado acostumbrado a ser autoridad
indiscutible en su ciudad, entre sus alumnos. Pero la red iguala las
condiciones y al fin y al cabo aquí te juzgan por lo que vales y sabes mostrar
de ti (hic Rhodos, hic salta) sin esconderte detrás de excusas baratas
de ‘no querer siendo profesional discutir con los diletantes’. Pues para mí las
dos palabras no son antónimos. En italiano un dilettante es aquel que
hace lo que hace por placer (diletto). Y no está dicho que el verdadero
profesional no deba gozar de su actividad. Pero sí debe saber mostrar de qué es
capaz él mismo, con sus manos y su cabeza sin recurrir al soporte de las
‘autoridades’ ni pretender afirmar verdades con aplomo de un oráculo.